lunes, 11 de noviembre de 2013

CRISTAL LE METIÓ CINCO A GARCILASO CON SHOW DE IRVEN Y PERIQUITO

Por Manuel Araníbar Luna
La hinchada celeste esperaba este partido con ansias, masticando furias, murmurando venganzas, guardando saliva, cuidando las cuerdas vocales. 
Había que desquitarse del juego sucio, de los golpes bajos, de las más sucias burlas, de un vergonzoso triunfo por W.O., de declaraciones de la más insana envidia por parte de pasquines chicha que lanzaban basura con ventilador. 

Lavar el honor con goles...
Todas esas ofensas –como diría Vallejo- se fueron empozando en el alma de los cerveceros de la tribuna y de la cancha. Había que lavar el honor con goles. Los simpatizantes celestes llegaron al Gallardo  preparados para enronquecer, guardaron energía para gesticular,  para ondear brazos, banderas y camisetas de todos los tonos del celeste, para  romper graderías a punta de atléticos saltos.
Y llegó el día del desquite. Algunos lo llaman venganza pero esta palabra tiene un fuerte aroma  a “ojo por ojo” y los celestes de ley no tienen esa palabreja en su vocabulario. Se trataba de un partido de fútbol que se iba a jugar en cancha. El apoyo tenía que venir –como que vino, y con creces- de la tribuna. Para ganar este partido tan esperado se tenía que jugar no sólo con furia, había que usar la inteligencia, la viveza.

La viveza del Irven
Y precisamente con una chispa de viveza se encendió la mecha que hizo explosionar cinco veces el arco visitante. El Irven fue el causante del penal. Es que sabe que el Cuto es el jugador más aspaventoso del futbol peruano y que cree que levantando la pata metro y medio va atarantar a los delanteros. Asustará a los bebitos pero a los celestes Nika. Irven demostró que no le teme a la pata en alto, metió la cabeza y el penal lo definió Marcio. Más tarde este mismo jugador rompió cinturas por la derecha y se la sirvió al pie. Tan justa le quedó al Irven, que se le enredó en primer disparo y recién al segundo intento hinchó las drizas con un violento patadón. Era la furia contenida que dicen los psicólogos que hay que hacerla desfogar con cualquier objeto a la mano. La pelota estaba a sus pies y pagó pato. Dos a cero y Petróleo ardía como una lámpara. No sólo por el sol sino por el papelón de sus pupilos (y el de él mismo que se tenía que tragar sus palabras).

El partido se avizoraba fácil, se veía llegar la sarta de anotaciones se anunciaba como en los comerciales: “!ya viene la goleada!”. Pero al retorno, entraron tan, pero tan confiados en el triunfo que el visitante anota un gol mientras todos, incluida la tribuna, echaban una siesta. Ese fue el campanazo de alerta que necesitaban  los celestes que hasta ese momento habían cedido posiciones. Pasaron minutos dramáticos, se colaba la incertidumbre, había más imprecisiones que logros, se multiplicaban las infracciones dentro del propio campo, y muy cerca del área. Se extrañaba al organizador, al capitán Lobatón.  Pero había que ganar con lo que se tenía a mano. Es entonces que Alexis Cossio que ya agarró confianza, se escapa por la izquierda, mete otro centro medido, no como para un cabeceador robafocos sino a 1.70m, justo donde llega la frente del Irven y este se la clava sin sentir una pizca de pena. 3 a 1 y la euforia retorna a las tribunas.
Pero Garay se sentía en deuda por los reclamos de los cusqueños, se sentía culpable porque ya le habían dicho por celular que el penal del Cuto el noble bruto había sido dudoso. Y empezó a ponerle al Sporting todos los fouls habidos y por haber. Sanciona penal en una jugada que jamás ningún árbitro cobra. Con ese mismo criterio, en cada centro al área se debe sancionar penal. Y la visita descuenta, 3 a 2. Otra sombra de duda a pleno sol del medio día y la comunidad cervecera se saltonea.
Periquito Pim Pim.
Entonces el Periquito aparece. Y no es una frase hecha. Aparece de verdad el perico pericotero que había estado impreciso, empecinado en pasar a través un cuerpo y no sortearlo. Apareció con dos chispazos, que si tan sólo los hiciera en cada partido quedaría inscrito en la galería de la fama de los artistas del Perú.
Ya lo había ordenado Vivas, había que contragolpear. Entonces  arranquemos desde más atrás, desde la línea del área celeste. Desde ahí empezó la espectacular carrera de cien metros planos de Júnior Ross que fue quien se la cedió gentilmente a William que galopaba en segundo lugar. Chiroque se dio autopase hacia la derecha y con ello quebró a uno, enganchó hacia la izquierda y quebró a otro que llegaba sin frenos, amagó patear y el arquero se lanzó a una piscina de pasto. Se la jaló con movimiento de cintura y la añadió de zurda en un tiro que casi se va por encima del travesaño. La gorda entra contenta al arco por las caricias del perico. Las redes se niegan a soltar la pelota. ¡Pero claro, esa pelota había que guardarla en el museo sin lavarla! Hubiera sido injusto, íbamos a gritar “!tanto nadar para que la chancha muera en el río!” Pero la tarde estaba demasiado linda como para desperdiciar el cuarto gol. Muchos lo gritaron hasta enronquecer por la consecución, porque se volvía a sacarle dos goles de ventaja, porque desaparecía el temor a un empate y porque además también los nervios de Vivas tenían que soltarse y celebrar. Y el Claudio saltó como un barrista del Extremo Celeste.
Unos minutos después, otra diablura, Periquito Pim Pim le destroza la cintura al larguirucho enemigo de los celestes, vuelve a estirarla y cae estrepitosamente. Penal. Marzio se prepara pero Irven se la pide porque quiere su segundo “Tres al hilo”. Fusila al indefenso arquero visitante y se cumple el refrán “No hay quinto malo”; de ahí todo se convierte en oles y pasecitos, adormecerla y amansarla.
Todo está consumado, y el rival consumido,  no por el fuerte sol sino por la apabullante goleada. Buenas noches.



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