martes, 17 de abril de 2012

Don Marcos Calderón y los recogebolas




     Escribe: Manuel Araníbar Luna

    Ya hemos relatado en otra anécdota que Don Marcos Calderón (q.e.p.d) era conocido por su fuerte genio y por los gritos con los que increpaba a sus jugadores cuando las cosas  no salían como él quería. Pero esos gritos no sólo se circunscribían a sus jugadores sino a toda  persona que se le cruzaba en el camino en sus frecuentes accesos de mal humor. Razón de ello dan los recogebolas, los utileros, el personal de limpieza, los lavacarros y hasta...los canillitas, cuando le mostraban noticias en las que él no salía bien parado.

    Pero había otro rasgo que no hay necesidad de describir, bastaba con verlo a la distancia para darse cuenta de ello. Sus piernas abusivamente chuecas, las cuales le ocasionaban dolor cuando estaba de pie por demasiado tiempo. Para su desgracia habían llegado dos recogebolas del barrio de Villa María del Triunfo  que eran de lo más palomillas ...y vengativos.

Se jugaban 35 minutos del segundo tiempo cierta tarde en la que el Sporting Cristal parecia que no iba a salir bien librado en un partido donde los puntos eran de vida o muerte, y los celestes estaban perdiendo uno a cero con el Melgar y  para su desgracia uno de los palomillosos recogebolas era characato y, por tanto,  aparte de la afición por el rocoto relleno, lo era del fanatismo por el equipo mistiano.

El equipo celeste era dueño de cancha y por tanto escogía sus recogebolas, pero por desgracia, el titular no asistió, siendo reemplazado por el joven arequipeño. Cada vez que salía la pelota de la cancha por el lado del palomilla mencionado, este se extraviaba. Don Marcos, a punto de sufrir un infarto, increpaba a los palomillosos a punta de mentadas de madre, así que mandó a los suplentes de la banca a que ayuden a pasar las bolas extraviadas y, en un arranque de desesperación, una pelota se dirigía rodando hacia sus pies, pero con tan mala suerte que se le pasó entre las curvadas piernas, ocasionando las carcajadas del público y, mucho peor, las risas disimuladas de los jugadores titulares y suplentes celestes. Don Marcos volteó hacia su banca y el que menos estaba tapándose la cara con el buzo para disimular su risa, ahí ya no se aguantó la rabia.

-          ¡Qué pasa carajo! ¿Estamos perdiendo el partido y ustedes se ríen? Siquiera ayuden a alcanzar la bola!

Así y todo los celestes empataron el partido con las justas, lo cual no le dio ninguna alegría a don Marcos quien decía que “en cancha propia uno se lleva todos los puntos”.

Salió apurado a buscar al recogebolas que le había hecho la tarde imposible. Su mirada era asesina y partió raudo secundado pro un utilero y un jugador suplente que no le hallaban ni cabeza ni pies (chuecos) al asunto. Por lo demás no lo hallaron. Como era su costumbre, Marcos se acercó a reclamar a las autoridades del estadio quienes le brindaron las excusas del caso prometiendo que ese escándalo no se iba a producir otra vez. No obstante, desde el otro lado de la alambrada de occidente, el recogebolas, ya a buen recaudo, le gritó como  para que lo escuchen en la pLaza de Acho:
-    ¡Adios, jinete de troncos!

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