Por Manuel Araníbar Luna
Con su celeste querida
También con la bicolor,
Chito, el León gladiador,
dio frases que nadie olvida.
“En cancha darás la vida”
“Nunca te acobardarás”
“Guerrero celeste, vas
A luchar siempre adelante”
“Si nos atacan, aguante”,
“y una rendición jamás”
“¡Se las va a ver conmigo!”
Cierta tarde una adolescente se acercó temblorosa a su padre, un futbolista retirado que sentado frente al televisor leía el periódico cruzado de piernas. La jovencita se llenó de valor y decidió pedirle permiso para recibir a su enamorado en la puerta de la casa. El padre soltó el periódico, frunció las cejas y la miró fijamente.
—Que se porte bonito nomás,
porque de lo contrario se las va a ver conmigo.
Aquella respuesta fue una frase muy parecida a la que había repetido muchas veces a sus compañeros antes de un partido. Aquel futbolista retirado se llamaba Orlando De la Torre Castro, famoso en el futbol peruano como El Chito.
....
El Chito ha quedado grabado como símbolo de la guapeza, la raza y la
rebeldía, tanto en su querido Sporting Cristal como en la
selección peruana. Pese a que ya había demostrado su intrepidez batalladora a
nivel local e internacional en el Sporting Cristal durante toda la época de los
60, de las virtudes del Chito se empezó a escribir y hablar por radio y TV por ser reconocido como el verdadero patrón del equipo peruano
en la clasificación a México 70 y al año siguiente en la famosa bronca de la
Bombonera.
Inigualable…
Todo
espectador es testigo de jugadas fuertes que desembocan en espectaculares peleas. Como hinchas cerveceros desde el año 1956, en
el Nacional hemos visto pleitos entre jugadores de todos los equipos, grandes y
chicos; macheteros, mechadores con camisetas de todos los colores; extraordinarios
jugadores que defendieron la camiseta a sangre y sudor, sin miedo al golpe y al
escupitajo ni a la labia ni las mentadas de madre, pero ninguno como Orlando De la
Torre Castro, el inigualable Chito.
Orlando
Furioso…
En 1961, aún con las inevitables huellas de
acné y la insipiente pelusa de la adolescencia en el rostro, de cuerpo ralo y
larguirucho, debutó el Chito como volante con sólo 16 años. Ese mismo año el
cuadro rimense ganó su segunda copa, la primera para Chito. En la línea media peleaba todas las pelotas y
apoyaba a la línea defensiva. También se descolgaba para los centros al área
rival. Poco tiempo después empezó a jugar de back centro, un puesto que no
abandonaría jamás.
Se tornaba furioso cuando el equipo iba
perdiendo o cuando no podía ganar, y se notaba en sus gestos. Desde que empezaba
el partido, lo primero que hacía era remangarse la camiseta, fruncir las cejas,
mirar a su línea de compañeros hacia ambos lados. En ese momento dejaba de
ser un jugador obediente de plantilla para transformarse en líder, tuviera o no
el cargo de capitán (luego se ganó la capitanía por varios años).
Para Chito el partido era una batalla que no empezaba en la
cancha. Para él la lucha arrancaba desde el camarín. Hasta el momento de
llegar, cambiarse y estirar las piernas menudeaban los chistes y bromas. Una
vez que todos estaban listos, Chito les daba su advertencia.
—Se acabaron las bromas. Aquí nadie se
acobarda. Y el primero que se amedrente se las tendrá que ver conmigo.
El
onceavo mandamiento…
Como zaguero destacaba su buen juego por alto, su salida rápida con la pelota jugada, por anticiparse al rival. Por ello, Pocho Rospigliosi lo mencionaba como Míster Anticipación. Para jugar con este accionar durante todo el partido se precisa de colocación, lectura rápida de los movimientos del pase rival a su delantero y sobre todo mucha movilidad, lo cual exige mayor despliegue físico. Por ello Chito De la Torre al final de cada partido perdía de tres a cuatro kilos de peso. Chito entraba a la cancha para luchar durante todo el partido, porque para él la palabra partido significaba guerra y la palabra derrota no existía. En su mente tenía grabado un onceavo mandamiento:
"No perderás ningún partido".
Lo
dice El Veco…
Para muestra un botón. Comentando un partido
que Cristal enfrentó a Peñarol en 1968 por la Libertadores, don Emilio
Laferranderie, El Veco, declaró: “la guapeza de Chito de la Torre es similar a
la que protagonizó Obdulio Varela, capitán de la selección uruguaya en Maracaná
en la picante y sorprendente final de 1950”.
“El
hijo que defiende a sus hermanos…”
Su inquebrantable guapeza se dio a notar a mediados de los setentas, en un partido contra el equipo de Matute. Los
defensores del once rival eran todos macheteros (valga reconocer que los
zagueros celestes no eran tampoco mansos corderillos). Desde el saque comenzaron a dar arteros fouls a todos los delanteros celestes, en especial a
Pepe del Castillo, que era el más bajito y ralo de los celestes. Luego de un
foul alevoso contra Pepe por parte de un defensor, Chito se acercó corriendo
desde su campo hacia la defensa matutera y encaró al agresor. Saltó Barreto y
también lo enfrentó sin bajar la vista. Se había formado ya un zafarrancho de
jalones y empujones, pero era Chito quien estaba al frente de los celestes. En
eso se acercó Perico que tenía cara de matón y lo jaló con el fin de
atarantarlo, una especie de “ahora tú te la ves conmigo”. Chito le acercó la
mirada de toro enfurecido sin dar un paso atrás y, por el contrario, fue Perico
quien retrocedió mientras los celestes se seguían entreverando a empujones con
los rivales. Desde ese momento Chito se
convirtió en líder de los celestes. No había situación de pleito en toda
contienda en la que Chito no guapeara a los rivales.
Doña Esther Grande de Bentín quería y engreía
a los jugadores celestes como si fueran sus propios hijos. Chito, aún jovencito, era ya considerado por doña
Esthercita como “el hijo que defiende a sus hermanos”.
Poniendo
el pecho…
Chito de la Torre, un león,
Alma, corazón y vida
Por su celeste querida,
Míster anticipación.
Por cuatro veces campeón
con la escuadra cervecera.
Chito y su raza guerrera,
siempre luchó con denuedo.
ni al diablo le tuvo miedo.
Patrón en la Bombonera.
En aquella época los capitanes no llevaban el
cintillo al brazo como es usual en estos tiempos, los entrenadores elegían al
más correcto, al más caballeroso, al más respetuoso. El capitán podía ser Tito
Elías, Nico Nieri o Chemo Ruiz que ya estaba a poco tiempo de su retirada, pero
con lo que hizo Chito aquella tarde quedó grabado para la hinchada celeste como
el líder, el guía, el que ponía el pecho en los momentos difíciles, el que arengaba
a sus compañeros, el primero que respondía a cada agresión con un cabezazo o
una chalaca, tal como sucediera años después en el encuentro clasificatorio
para México 70 y luego en la famosa bronca de la Bombonera.
Por
algo el cielo es celeste…
Chito, allá arriba en la eternidad sigue
observando el accionar de su amado equipo celeste, celebrando los goles
peruanos, apretando su camiseta bicolor como lo hizo en la Bombonera. Y cuando
las cosas van mal, lleno de coraje, ya lo estamos viendo aterrizar del cielo a
la cancha, fruncir las cejas, ponerse la camiseta, remangársela para guapear a
sus compañeros como el furioso líder que siempre fue. Ya lo estamos escuchando:
—¡Y
aquel que no defienda la celeste se las va a ver conmigo!
Es que por algo el cielo es celeste, ¿no,
Chito?


No hay comentarios.:
Publicar un comentario