viernes, 17 de abril de 2020

EL PRIMER PLAYOFF DEL 2012 (I) LA PREVIA


Por Manuel Araníbar Luna.
Luego de siete años de fracasos, en este 2012 ya el once celeste había demostrado ser un equipo formidable.  El Loco Erick había heredado por derecho propio el cintillo de capitán. Y lo merecía porque, sin que nadie se lo ordenara, él solito -en todo lugar y a toda hora- se la había jugado por el club declarando a los cuatro vientos su amor al equipo que lo formó, enfrentándose a las barras enemigas y a la prensa no adicta que lo habían agarrado de punto.
Los cusqueños…
El Garcilaso tenía lo suyo. Su plantilla tenía como base a Diego Carranza; Jhoel Herrera, Iván Camarino, Fernando Alloco, Iván Santillán; Carlos Flores, Edson Uribe (hijo de Julio César), Eduardo Uribe, el asquerosamente recordado Fabio ‘Pitu’ Ramos; Ramón ‘el Ratón’ Rodríguez y Andy Pando que a la postre terminaría como goleador del campeonato.
Peleaban la final por méritos propios.  Hay que reconocer que tenían lo suyo. Llegaban con una racha de 80 partidos sin perder en su cancha cusqueña. Un equipo bien armado con el goleador del campeonato a quien una dirigencia de mentalidad feudal lo echaría antes de la final.
Su estrategia como local era el juego vertical a gran velocidad con la que ahogaban a los rivales; buenos armadores que jugaban al bombazo para que la aprovechen los cabeceadores. El resto era su otro gran aliado, la altura.  
La reingeniería de Mosquera
El equipo de La Florida estaba en su punto y cada uno en el puesto que Mosquera había adaptado para ellos.  En la defensa, Advíncula era una pantera por la derecha. En la banda del 
frente, Yoshimar era la cerbatana que aguijoneaba con sus proyecciones. Los centrales, Ayr y Chaski aportaban su experiencia. El Flaco Delgado era el recambio obligado por ser multifuncional. Es bueno resaltar que en ese 2012, a pedido de Mosquera, el club había hecho un inesperado jale: Piki. Inesperado porque en su anterior equipo había sido volante armador por derecha. Mosquera, con ojo clínico, lo había puesto de contención, y no se equivocó. Transformó a Piki en un todoterreno, un peoncito incansable que las peleaba todas con suficiente fuelle como para jugar dos partidos seguidos. 
Lo mismo había hecho con Advíncula, quien empezaba como centro delantero y luego volante por derecha. Mosquera, pese a la resistencia de Ussaín, lo acomodó como marcador derecho. A Junior Ross que venía de una mediocre campaña bajo la tutela de Reinoso, Mosquera – tras extensas charlas motivadoras- lo transformó en el mejor contragolpista del campeonato por ambas bandas, con un buen dominio de los remates con ambos pies, llegando a ser el autor de los goles del triunfo en los dos playoffs.
Tres cráneos…
En la línea creativa destacaban tres cráneos, tres artistas, Pincel, Loba y Burrito, quienes, aunque muy pocas veces entraban juntos a la cancha, la tocaban en corto, repartían en profundidad o inventaban las jugadas que se les ocurrieran en el momento. La delantera era una ametralladora que llenaba de huecos los arcos rivales. Junior Ross, Irven Ávila y Rengifo eran tres diablos que llegaban a puro tranco a las aéreas contrarias, hacían goles de todo tipo y desde cualquier distancia, de remate largo, de cabeza o con toque suave a lo Romario.
Ya se había hecho costumbre que todos los contrarios que enfrentaban a los cerveceros se apretujaban en su área como pasajeros en el metropolitano, pero Mosquera tenía muchas variantes, los hacía jugar en paredes chiquitas de callejón angosto con recovecos y pelota de trapo y, tal y como se jugaba cuarenta años antes, con el estilo de fulbito que había impuesto el tío Didí. Con ello los sacaban del cuadro, destroncaban cinturas, buscaban faltas y lograban tiros libres.
Por los resultados de la campaña de ese año, se les tenía confianza porque el equipo ya estaba bien armado. El cuerpo técnico había planificado una aclimatación de diez días con anterioridad al partido, importantísimo detalle que jamás se le había ocurrido a ningún técnico en el Perú.
Las tretas de los locales…
Los locales temían a los celestes. Se intuía que iban a utilizar mil y una argucias para ganar el partido en su cancha. 
Uno de sus dirigentes empezó la guerra, primero tratando de apropiarse del slogan "La Máquina Celeste" acuñado en los noventas. Luego, por su nerviosismo, en los días previos continuó  con insultos y comentarios altisonantes para tratar de amedrentar al equipo celeste. ¿A quién quería trabajar al susto? ¿Al equipo celeste que había parado pleito en La Bombonera?
Por su parte, ¿qué había hecho su DT? Ordenó desde una semana antes que no se cortara el pasto para dejarlo lleno de champas. Sabiendo cómo eran de venenosos los contragolpes de Ross y Ávila mandó empapar algunos sectores del campo, especialmente las bandas. Tenía asimismo como aliados la altura del Cusco y el público adverso, sin embargo, estos trucos no intimidaron a los rimenses que tenían el pellejo curtido de mil batallas en todos los terrenos. (CONTINUARÁ)

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