sábado, 6 de noviembre de 2010

MIFFLIN Y LA MALDICIÓN DE LA GITANA EN MONTEVIDEO

Escribe: MANUEL ARANIBAR LUNA
Ramón Mifflin marcó época como uno de los futbolistas más representativos del Sporting Cristal de todos los tiempos. Por la inocultable desproporción entre su cabeza y el resto de su cuerpo ha sido uno de los receptores de más apodos, a tal punto que junto a Reynoso son los  únicos futbolistas peruanos a quienes se les llamaba Cabezón, a secas.
Sobrenombres aparte, otro de los rasgos característicos de su persona son sus agudas ocurrencias. Hoy mencionaremos una de ellas.
Invictos pero eliminados…
La campaña del Sporting Cristal para la Copa Libertadores del 68 tuvo un tinte agridulce, pues terminó eliminado pese a terminar su campaña invicto. Fue una gran época del Cervecero en la Libertadores pues completó un ciclo de invencibilidad en  17 partidos, hazaña jamás remontada en la historia del certamen.   Era un señor plantel entrenado por Didí. Figuraban Rubiños, Campos, Mellán, La Torre, y Tito Elías. El mencionado Cabezón y Nieri en el medio. Seguían Tadeo Risco, Pepe del Castillo, “Velita” Aquije, Jorge “Gato” Vásquez y Alberto Gallardo: más de media selección del 70. En el partido contra el Peñarol de Joya Cristal había adelantado con gol de Tadeo Risco, pero un antideportivo planchón de Spencer equilibró el marcador en las postrimerías del encuentro. El árbitro, por supuesto, había olvidado sus lentes en casa de los dirigentes uruguayos. Pero la anécdota del Cabezón sucedió un día antes.
Para el reconocimiento de la cancha del Centenario, previo al encuentro con Peñarol, un bus fletado los llevó a conocer la ciudad. Algunos jugadores se aventuraron a hacer compras por las calles de Montevideo. Ramón Mifflin era siempre el primero en entrar al bus y el último en salir. Y no por cábala: la causa era el temor de sus compañeros a quedarse encerrados en caso de que se atracara su cabeza con la puerta. Y entre curiosos y periodistas deportivos a la puerta del bus se aparecieron unas gitanas con sus velos multicolores, sus naipes a la mano y sus requiebros y coqueteos con los peruanos. A medida que salían del bus los futbolistas cerveceros eran inevitablemente abordados por ellas. Algunos declinaban en elegante cortesía. Otros, inocentemente por cierto, les pagaron muy buena propina por los alentadores vaticinios de las avispadas zíngaras. Al último, como era costumbre, salió el Cabezón como corcho de champagne gracias a que su cabeza estaba lubricada por medio kilo de vaselina.
“Veo el mundo a tus pies…”
Ante el insistente pedido de una de ellas Ramón abrió su mano, con una mirada candorosa y angelical. Extrañado, Didí sonreía porque sabía que Ramón es de esos amarretes que cuando te dan la hora exigen el vuelto. Lógicamente Ramón le estiró la mano derecha porque en la izquierda llevaba el reloj, ya que las gitanas son tan choras que luego de leerte la líneas de la mano son capaces de robarte un dedo. 
¾ Veo, veo, morocho, hermoso un porvenir lleno de triunfos – dijo la quiromántica quiñándole un ojo.
¾  ¿Qué más ves?
¾ Veo el mundo a tus pies.
¾  ¿Y por qué no el mundo a mi cabeza?
¾ ¿Para qué si ya tenés un tremendo mundo sobre los hombros? Y ahora que te veo bien, decime, buen mozo, ¿sos cabezón o tu cuerpo es demasiado chico?
¾  Ya pues, madame, no te burles. Dime, en lo que se refiere a mujeres, ¿caerán a mis pies?
¾ Si, morocho, veo mujeres. Muchas y hermosas mujeres a tus pies.
¾ Le creo, porque pienso poner una zapatería para damas.
¾ No te burlés, botija, porque también veo un buen contrato
¾ ¿Con algún club famoso? – saltó el cabezón.
¾ No, con un circo. ¿No serás vos el Hombre Elefante?
¾ Ya, pe’ madame, no te burles. ¿Y en cuanto a plata voy a tener mucha?
¾ Si, veo que vas a tener dinero a raudales. Mucha, mucha guita.
¾  Grandioso, madame, me gusta eso. ¿Cuánto te debo por la lectura?
¾  Cinco pesos, morocho.
¾    Bueno, cóbrate de ahí – dijo Ramón pero su mano estaba más vacía que bolsillo con hueco.
¾  Explícame, chiquilín, ¿qué me querés decir? –
¾ Quiero decir que te cobres de la plata que has visto en la lectura de mis manos.

Didí lloró de la risa. Jorge “Gato” Vásquez, que saboreaba un helado, se atoró. Fernando “El Cóndor” Mellán siguió riendo hasta en el avión de regreso. Los jugadores de esa época aseguran entre risas  que la afonía del Cabezón y el fracaso del equipo cervecero en aquella clasificación se deben a la maldición de la gitana en venganza por la burla de la que fue objeto. 







1 comentario:

  1. ha ha ha, salud cabezon aunque despues te fuiste al gallinero buena la anecdota

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