EL VIEJO BALERIO, LA LIBRETITA Y LOS PENALES.

Por Manuel Araníbar Luna

 

Más sabe el arquero cuando es un diablo viejo. Y la razón por la que el antiguo refrán luce cambiado se explica líneas abajo. Lógico, todo el mundo sabe que nos referimos a uno de los más entrañables ídolos cerveceros, que supo meterse al bolsillo a los más hábiles delanteros rivales, nuestro viejo Balerio, una de las figuras que jamás ha desaparecido la memoria de los rimenses; que –aparte de su agilidad para volar tras la pelota— sabía observar al rival en todos sus detalles.

  Julio César Balerio (1958 —2013, ¡pero cómo duele escribir el año de su partida a la eternidad!), el Viejo, fue uno de los más vivos, mañosos y sagaces arqueros que hemos visto custodiando la valla cervecera. Ya retirado, en  uno de sus anuales retornos a la capital, respondió a una pregunta nuestra con respecto a su intuición para atajar penales.

La libretita…

—Es mucho más que intuición. Es estudio, ¿escuchás? Tengo una libretita donde están anotados todos quienes pateaban los penales, sus variaciones, la forma en que se acomodaban, cuántos pasos daban, a qué altura y con qué fuerza le pegaban, para dónde habían pateado más seguido. Todo, ¿me oís?, ¡todo!  Es más, no sólo eso, siempre fui muy observador, y me daba cuenta en qué momento se ponían nerviosos y les sonreía, 'chamuyándoles' algunas palabritas que les quitaran concentración, haciéndoles “cachita”, como dicen aquí en Lima. Claro que lo hacía cuando el del silbato no me miraba, porque siempre supe mirar de reojo a todos, compañeros, rivales, jueces.

El penal atajado a Bengoechea…

 

De inmediato recordamos  el famoso penal que le tapó al peñarolense Bengoechea, el actual entrenador de Alianza cuando, tras la sanción del árbitro por una dudosa infracción del Viejo, se agazapó apoyando las manos sobre las rodillas frente al jugador peñarolense.

—Nadie se fijó en un detalle muy importante. Si te tomás el trabajo de mirar el video notarás que yo a Pablo lo puse nervioso desde que tomó la pelota en sus manos. Lo acompañé hasta el punto penal. Luego me quedé a decirle algunas palabras. No me preguntés qué le dije porque las guardo para mí.

  Pero una idea se había quedado dando botecitos. Una espléndida idea. ¿Y si le dona a los jóvenes arqueros del cuadro cervecero  la famosa libretita para que la tomen como ejemplo a seguir, para que la tengan a la vista en la Galería de Ídolos Celestes? De improviso le preguntamos dónde estaba la dichosa libretita. Sonrió, se martilló el índice a la sien y nos miró con su distintiva “cachita”.

—Está aquí en mi cerebro.